Domingo a la vista, boletas apiladas en las escuelas y una frase desde Washington que cayó como lluvia fuera de estación. Donald Trump deslizó que la “ayuda financiera” de Estados Unidos dependerá, en buen criollo, de que a Javier Milei le vaya bien en las urnas. La intriga no es menor: ¿qué entiende la Casa Blanca por “que le vaya bien”? Y, sobre todo, ¿cuánto pesan esas palabras puertas adentro cuando el pulso real de las elecciones intermedias se define en mesas provinciales, lejos de los reflectores internacionales?
- El oficialismo nacional (LLA) renovará bancas y, por el arrastre del calendario 2021/2019, tiene margen para crecer en Diputados y en el tercio del Senado.
- “Irle bien” no es obvio: ganar Buenos Aires, ser primera minoría, evitar terceros puestos en provincias grandes y no perder por poco donde se reparte mucho, son llaves distintas.
- Los espejos de 1997 y 2001 muestran que los oficialismos suelen ser castigados en intermedias, aun con aparatos potentes.
- En 1997, el peronismo de Menem ganó en 10 distritos “chicos” y cosechó 50 diputados; perdió la provincia de Buenos Aires frente a la Alianza.
- En 2001, la Alianza apenas retuvo 35 bancas; fue segunda en 14 distritos y quedó tercera o cuarta en otros, mientras el PJ se impuso en 17 de 18 provincias restantes.
- El debut del voto popular al Senado (2001) dejó 9 de 16 posibles para el oficialismo en 8 distritos, sin escaños en Neuquén y Salta.
El verdadero termómetro: provincias, no tuits
Lo primero es separar ruido de dato. En intermedias, lo nacional se juega en tablero chico. Se renueva la mitad de Diputados elegida en 2021 y un tercio del Senado votado en 2019. Ese simple corrimiento hace que el mileísmo, hoy oficialismo, tenga más para ganar que para perder en cantidad neta de bancas. Pero es una contabilidad gruesa. La película fina, la que dirá si el Gobierno salió fortalecido, depende de cuatro señales: la provincia de Buenos Aires, la suma nacional de votos, el comportamiento en los grandes distritos (CABA, Córdoba, Santa Fe, Mendoza) y el mapa de segundos puestos que también reparten escaños.
La historia reciente ofrece dos capítulos útiles para bajar a tierra la expectativa. A veces, el veredicto no castiga con un golpe seco: alcanza con picaduras en varios distritos para que el oficialismo llegue al lunes más débil que el viernes.
1997: cuando el poder midió su verdadera estatura
Menem venía de una reelección, coqueteaba con una segunda y su figura, que en los ‘90 se había agrandado como un vidrio en el sol, empezó a verse al tamaño real. Ese 26 de octubre —calendario calcado al de este 2025— el justicialismo perdió volumen en la elección de diputados. La novedad política fue la Alianza entre UCR y FrePaSo, firmada en agosto, que ordenó oposiciones dispersas y puso foco donde más dolía: la provincia de Buenos Aires.
El bipartidismo clásico ya no existía, pero un efecto de suma operó: la Alianza arrastró CABA, Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y otras plazas clave. El PJ, a su vez, ganó en 10 de 24 distritos, casi todos “chicos” en términos de bancas: esos triunfos le dieron apenas 15 de los 27 diputados en juego ahí. Nombres como Cristina Fernández de Kirchner en Santa Cruz (59%), Ricardo Quintela en La Rioja (62%) y Nina Aragonés de Juárez en Santiago del Estero (56%) señalan con claridad los mapas donde el peronismo era localmente hegemónico.
El problema fue el resto. En 13 de los 14 distritos restantes, el PJ salió segundo y sumó 35 de 97 bancas. La derrota más costosa fue en territorio bonaerense: la boleta de Hilda González de Duhalde cedió ante Graciela Fernández Meijide por unos ocho puntos (48% a 40% en números redondos). Hubo traspiés resonantes en CABA (Daniel Scioli cayó frente a Chacho Álvarez), Córdoba (Humberto Roggero perdió con Mario Negri), Mendoza (ganó el Partido Demócrata de Carlos Balter), Santa Fe (se impuso la Alianza) y Tucumán (Ricardo Bussi lideró Fuerza Republicana).
El único tercer puesto peronista fue en Corrientes, donde el Pacto Autonomista Liberal mandaba desde 1983: la lista ligada a la Rosada arañó 14% y no se llevó ninguna de las tres bancas. En total, las nóminas del oficialismo nacional sumaron 50 diputados de los 127 en juego. La foto era clara: el peronismo conservaba músculo en sus feudos, pero la cinta métrica se acortaba en los distritos que pesan.
2001: el desgaste tiene nombre propio
La Alianza —ya sin el encanto del ‘99, con la renuncia de “Chacho” Álvarez a cuestas y la economía al borde— llegó a las intermedias del 14 de octubre con pocas buenas noticias que ofrecer. Fue la primera elección con voto popular al Senado, producto del pacto de Olivos, y la boleta oficialista sintió el golpe en dos cámaras.
En Diputados volvió a haber 127 escaños en juego. La Alianza ganó apenas en seis distritos: CABA, Catamarca, Chaco, Chubut, Jujuy y Río Negro. De esos seis, sacó 12 diputados sobre 27 posibles. CABA fue un triunfo de Pirro: 19% alcanzó para ganar, pero sólo le dio 4 de las 13 bancas. Promedió 37,8% en ese puñado de victorias, lejos del 50% promedio que el PJ había marcado en sus diez triunfos “chicos” de 1997.
La colección de segundos puestos tampoco trajo alivio. En 14 provincias, la Alianza quedó detrás: en Buenos Aires arañó 15% (7 de 35 diputados), en Córdoba 29% (alianza con MID mediante) y también retazos en Entre Ríos, Mendoza y Santa Fe. Promedio en esos 14 bastiones ajenos: 24,3%. Peor aún en La Rioja, Neuquén y Salta, donde fue tercera y no obtuvo ninguna de las ocho bancas repartidas entre las tres; y cuarta en Tucumán, también en blanco. Resultado: 35 diputados en total. Ya no era un tropiezo; era el principio del final.
La contracara fue un peronismo otra vez extendido. El PJ —ya sin “menemismo” como etiqueta práctica— se impuso en 17 de las 18 provincias restantes (el MPN, como siempre, defendió Neuquén). En soledad, ganó Buenos Aires (con Jorge Remes Lenicov al frente, 37%), Entre Ríos, La Pampa, La Rioja, Mendoza, Salta y Santa Cruz (con Sergio Acevedo encabezando). En Córdoba, un frente amplio conducido por Juan Schiaretti reunió a UCeDé, democracia cristiana, Acción por la República y otras siglas, y alcanzó 46%: nacía el cordobesismo con perfil propio.
El Senado: debut y realidad
En 2001, 24 provincias y CABA eligieron 72 senadores. Si miramos sólo las ocho que vuelven a votar este año para la Cámara Alta, el oficialismo nacional de entonces ganó en CABA (Rodolfo Terragno, 21%), Chaco y Río Negro. Fue segundo en Entre Ríos, Santiago del Estero y Tierra del Fuego. Sumó 9 de 16 posibles. No obtuvo senadores en Neuquén ni en Salta, donde quedó tercero. La Cámara Alta debutó confirmando lo que la Baja ya gritaba: la maquinaria nacional, cuando se fatiga, no la despierta ni la boina blanca ni el bastón justicialista.
La comparación que incomoda
Entre las intermedias de 1997 y 2001, contando 24 elecciones de diputados en cada año y ocho de senadores en 2001, los dos oficialismos nacionales (PJ primero, Alianza después) ganaron apenas 19 de 56 contiendas. Esas victorias les dieron 27 diputados “por triunfo” sumando ambos comicios, y la Alianza se llevó 6 senadores en 2001 dentro del subconjunto revisado. El dato madre: perder Buenos Aires pesa más que ganar diez provincias chicas juntas.
Qué cambia hoy: el violeta más prolijo
Frente a aquellos mapas con costuras visibles —peronismos con frentes distintos según el pago; radicalismos a veces solos, a veces aliancistas—, La Libertad Avanza llega a estas intermedias con una marca más homogénea, ese violeta que se repite en el país. Eso no garantiza nada, pero ordena. También ayuda el calendario: se renuevan bancas elegidas antes del actual ciclo libertario.
Entonces, ¿qué sería “que le vaya bien” para Milei si vos mirás la experiencia argentina? Cuatro pruebas de ácido:
- Ser primera fuerza nacional en votos, incluso si no gana en todos los grandes distritos.
- No quedar tercero en provincias grandes ni cuarto en los feudos ajenos donde igual se reparten muchas bancas.
- En Buenos Aires, perder por poco o competir palo a palo, porque ahí se define medio Congreso.
- Evitar victorias “de Pirro” tipo CABA 2001: triunfos con porcentajes tan bajos que suman menos bancas de las esperadas.
Con eso sobre la mesa, la afirmación de Trump luce más como presión que como pronóstico. La “ayuda” que condiciona Washington rara vez empatiza con la aritmética de mesas en Villa Ángela, Cutral Co o San Vicente. Acá mandan los gobernadores, los intendentes, las boletas cortas, la paciencia de la fila y esa economía doméstica que no se corrige con un tuit.
Lo que dicen los antecedentes y lo que no pueden decir
Las intermedias castigan, pero no siempre derrumban. En 1997 el peronismo perdió centralidad sin perder identidad; en 2001 la Alianza mostró que cuando el desgaste es estructural, el Congreso sólo certifica la caída. La foto de este domingo será otra: un oficialismo nuevo, una oposición atomizada en algunos trazos, gobernadores con peso propio y un humor social que se expresa más en el precio del supermercado que en los discursos.
¿Alcanzará para que el Gobierno se declare fortalecido? Si el lunes 27 LLA puede exhibir primera minoría en Diputados, crecimiento en el Senado y un desempeño competitivo en Buenos Aires, no importará demasiado la lista de distritos “ganados” en el mapa. Al revés, si aparecen terceros puestos en provincias grandes y si Buenos Aires vuelve a ser un paredón, la aritmética final le recordará que la boleta violeta también pierde color cuando se la mira con la luz de las bancas.
Epílogo: Washington mira, las provincias deciden
Queda la pregunta inicial: ¿qué sabía —o qué cree saber— Trump sobre estas elecciones? Probablemente lo mismo que sabían Menem en 1997 y De la Rúa en 2001 antes de contar votos: menos de lo que les convenía admitir. La política argentina es paciente: primero deja hablar, después suma. El domingo 26 dirá si la Casa Rosada conserva el envión, y el lunes 27 mostrará si hubo, además, administración de expectativas. El resto es espuma. En este país, POTUS siempre puede sorprender; las urnas, en cambio, tienen memoria propia.
En la próxima entrega, el espejo kirchnerista: 2005, 2009 y 2013, tres intermedias que redefinieron correlaciones y enseñaron otra lección útil para el presente.
