Washington quedó atrás, pero la foto trabajó a favor. Después de verse con Donald Trump en la Casa Blanca y dormir en Blair House —esa casona donde reposaron Churchill y De Gaulle—, Javier Milei volvió a mirar hacia octubre y a marcar su hoja de ruta doméstica: un Congreso nuevo, “mejor que el de ahora”, y el objetivo pragmático de un tercio propio para blindar el rumbo. La campaña legislativa, por lo visto, se juega también con telón extranjero.
- Milei apunta a reunir un tercio en el Congreso para sostener políticas y vetos presidenciales.
- Define al kirchnerismo como “minoría ruidosa y en retroceso” y apuesta a consensos en reformas.
- Anticipa una “reorganización forzosa” del gabinete tras las elecciones; suena Santiago Caputo.
- Defiende una reforma laboral optativa con un esquema más flexible.
- Rechaza la idea de contraprestaciones por el apoyo de Trump y resalta un “trato de amigos”.
- Promete inflación cero hacia agosto del año próximo, con rezagos monetarios de 26 meses.
El tercio como estrategia de gobierno
El Presidente volvió sobre un número que, en la aritmética parlamentaria argentina, vale más que una estadística: alcanzar un tercio de las bancas. Lo explicó en LN+ con Esteban Trebucq: con esa minoría calificada, sus vetos no se caen y las reformas —dice— ganan aire. No es una épica, es una calculadora: en el Congreso, a los vetos se los derriba con dos tercios; con un tercio, alcanzaría para sostener lo firmado.
En ese clima, Milei puso a sus adversarios en un casillero: “tirapiedras”, “máquina de impedir”, palabras fuertes para un kirchnerismo al que describe como “minoría ruidosa y decreciente”. El resto del tablero —según su mirada— estaría dispuesto a discutir una modernización de reglas laborales e impositivas. No promete unanimidades; busca, más bien, que no se le rompa la columna vertebral del programa.
Gabinete en pausa, cambios después de votar
La Casa Rosada se guarda nombres y tiempos. Milei avisó que, pasada la elección del 26 de octubre, vendrá una “reorganización forzosa” del gabinete. Entre los posibles ingresos mencionó a Santiago Caputo, sin confirmar cargos: “La mejor forma de arruinar a un funcionario es anticiparle un puesto”, lanzó, como quien tapa la olla para que no se escape el vapor. La consigna, repitió, es no moverse del “contrato con la gente”.
Washington como escenografía y mensaje
El paso por Estados Unidos funcionó como teatro y como señal. Milei reivindicó el respaldo de Trump y salió al cruce de quienes ven contraprestaciones: “Esa mirada es marxista; en un intercambio voluntario ganan las dos partes”. El dato de color —que en política nunca es sólo color— fue su estadía en Blair House, residencia oficial para visitas distinguidas. “En Estados Unidos me trataron como a un amigo”, dijo. Con Mauricio Macri, admitió, habló antes del viaje; después no retomaron por “la intensidad de la agenda”. Un orden de prioridades que dice tanto como las palabras.
Reforma laboral: la puerta optativa
En el terreno económico, el Presidente reforzó el esqueleto de su pretensión: una reforma laboral que permita elegir. Si la mitad de la fuerza de trabajo vive en la informalidad, argumenta, “algo anda mal”. El modelo oficial proyecta un régimen paralelo, más flexible, al que empresas y empleados podrían adherir voluntariamente. El diagnóstico es tajante —“las leyes son anacrónicas”— y se acompaña de una crítica a la tradición local de demanda interna: “La joda keynesiana de estimular el consumo lo destruyó todo”. El mensaje es el de siempre: inversión primero, crecimiento después; el resto, ornamento.
Inflación y la promesa del cero
Milei se detuvo en el número que más duele en la calle. Al último dato del INDEC lo calificó sin anestesia: “Treinta por ciento me da asco”. Es una baja fuerte respecto de lo heredado, pero para la Casa Rosada sigue siendo un piso que quema. Apuesta todas las fichas al ancla monetaria: “Fijamos la cantidad de dinero a mitad del año pasado; si el rezago es de 26 meses, en agosto que viene la inflación va a ser cero”. Una promesa exacta que descansa en una hipótesis de manual y en la paciencia social para transitar la espera.
En el fondo, la escena combina dos patios: el brillo de Washington y la mecánica áspera del Congreso. Entre uno y otro, el oficialismo intenta consolidar su tercio de oro y ordenar la tropa sin ruido. En ese equilibrio —un pie en la capital del mundo, otro en el recinto— se juega buena parte de la campaña. Y, si el cálculo le sale, el tramo más delicado del programa económico.
