domingo, noviembre 9, 2025
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Revaluación del peso: atajo letal; la salida, geopolítica marshaliana

El lunes se sentía pesado en el microcentro. Vendedores apurados, tasas que suben en silencio y una campaña que llegó al último semáforo con el freno de mano puesto. Afuera, un eco extranjero nos nombra “muriendo”; adentro, los números no discuten: la economía real está exhausta y la política eligió hablar de lo que no quiere, más que de lo que puede. En ese clima de terapia intensiva, no hay respirador que alcance si falta aire donde se trabaja: en la pyme, el campo, la obra, la logística, el aula. La discusión sobre si “revaluar” o “aguantar la banda” se volvió la metáfora más cruda: cuando la cotización queda linda para el Excel, el taller apaga la luz.

Puntos clave

  • La campaña se ordenó alrededor de consignas negativas; la conversación pública se vació y la economía lo paga.
  • El “rescate” financiero llega corto: puente entre deudas, sin anclas productivas. Se vuelve renta sin multiplicador.
  • La revaluación del peso, presentada como orden contable, encarece lo que exportamos y achica márgenes en la economía real.
  • EE.UU. mira a la Argentina con desconfianza y pragmatismo; sin un programa de infraestructura de largo plazo, no hay alianza que aguante.
  • El dólar sube con intervención, el riesgo país no cede y las familias se endeudan para llegar a fin de mes.
  • Partidos sin vida interna y liderazgos personalizados: mucha táctica electoral, poca estrategia de Nación.

Una política que habla en negativo

“Nunca más” no fue un slogan de campaña, fue un grito de dolor. Convertirlo en etiqueta contra el adversario es un atajo que baja el precio de la palabra y sube el costo del futuro. Del otro lado, “frenar a Milei” como único programa es la misma renuncia: negar al otro para existir. Lo escribió Halperín Donghi a su modo: la política argentina se acostumbró a negarle legitimidad al que tiene enfrente. Cuando el lenguaje se vuelve pared, la economía se queda sin puertas: inversión que duda, crédito que encarece, acuerdos que no llegan.

Del eco extranjero al oxígeno interno

Donald Trump dijo que a la Argentina “nada la beneficia” y que “se está muriendo”, al tiempo que elogió al presidente. La frase es grotesca y, sin embargo, marca algo real: si el país no muestra para qué quiere el dinero, sólo consigue parches. El paquete de US$ 40.000 millones que sobrevuela la conversación hoy funciona como pasarela entre deudas viejas y nuevas. Para que tenga sentido geopolítico, el Centro debe apostar otra cosa: crédito barato y largo para obras que produzcan dólares mañana. No es una idea original ni un hallazgo: trenes y accesos, hidráulica, energía limpia, agua y cloacas en los conurbanos, logística de frío para exportar sin perder valor; lo que en el siglo XIX se llamó Estado constructor y que, bien hecho, multiplica cada peso en empleo e impuestos.

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El programa del puente corto

Scott Bessent lo dijo sin vueltas: si el peso se revalúa, hay ganancias para su apuesta. Para la Argentina, la misma jugada significa menos valor agregado local. Es una tensión vieja: al financiero le sirve la apreciación, al productor lo asfixia. Por eso la salida no puede ser meramente bursátil. El Centro que mira a la periferia y quiere estabilidad duradera arma planes “marshalianos”, no rondas de carry exitosas. Sin eso, la plata entra y sale más rápido de lo que tarda un contenedor en llegar a un puerto.

El dólar que sube con intervención

Desde que el Tesoro salió a la cancha, el tipo de cambio siguió escalando y el riesgo país permanece en alturas que impiden financiar deuda en mercado. En un mes y medio, señala el analista JM Tellechea, el mercado “devoró” cerca de US$ 21.000 millones entre Tesoro, BCRA, agro y fondos externos. En ese escenario, moverse al piso de la banda o a $600 por dólar —como deslizó Federico Furiase— pondría a medio sistema productivo contra la pared. Dentro de la banda se sostienen los pagos quemando muebles: reservas contadas, tasas que duelen, ventas adelantadas.

Continuidad o explosión: la falsa dicotomía

El equipo económico cree que hay que aguantar. Del otro lado, Ricardo Arriazu advierte que cualquier giro brusco “vuela todo”. Es un empate del miedo. Cuando la política sólo discute cuánto ajuste aguanta la gente, el programa ya fracasó. La pregunta no es si seguir o cambiar a ciegas: es dónde anclar que produzca más de lo que cuesta, y cómo compartir ese riesgo entre Estado, privados y financistas sin que uno solo se quede con la renta y los demás con la factura.

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Partidos livianos, liderazgos pesados

La elección llega con partidos convertidos en sellos. La Libertad Avanza es un dispositivo de un solo hombre; no hay convención, ni matices, ni debate orgánico. Enfrente, la fuerza que el periodismo ataja como “el peronismo” junta votos del pasado sin procesar diferencias en público. El resultado: táctica de corto, estrategia borrosa. En ese vacío, la adhesión dura a LLA difícilmente supere el 25% del padrón, pero alcanza para ordenar el tablero. Quién manda mañana —si el círculo más cercano, el ministro que resiste, el operador que avanzó— es parte de la incertidumbre que espanta capital y congela decisiones.

El país-hotel y la fuga lenta

Un viejo estadista advertía que la Argentina se volvía un hotel: se habita, no se vive; se factura afuera, se tributa menos; se guarda la fortuna lejos. Los guiños oficiales a la “rebeldía fiscal” ayudan a la coartada. El resultado es conocido: falta base imponible, sobra litigio, y el esfuerzo lo paga siempre el que no puede mover su máquina ni cambiar de jurisdicción. Con ese mapa, cualquier programa productivo se vuelve cuesta arriba.

Revaluar sin productividad, apagar máquinas

La apreciación del peso luce bien en la lámina: baja inflación importada, calma nominal. En la calle es otra cosa: exportar menos, competir peor y despedir antes. La industria y las economías regionales necesitan un tipo de cambio que compense costos argentinos; si la aguja se clava abajo sin mejoras de productividad, el resto es poesía. El eufemismo técnico es “apreciación real”; en el taller se llama “no me dan los números”.

Memoria, violencia y la talla de las palabras

Oscar del Barco lo escribió con una claridad que incomoda: no hay ideal que justifique matar. Convertir esa memoria en munición electoral degrada la democracia. “Nunca más” fue un pacto civil. Si lo usamos para pegarle al vecino, lo debilitamos. En una sociedad que todavía discute cómo nombrar sus violencias, conviene cuidar la talla de las palabras porque el precio lo paga el conjunto: polarización más dura, acuerdos más chicos, economía más frágil.

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Lo que haría sentido

La agenda es conocida y no requiere milagros: crédito a 20 o 30 años a tasas similares a los bonos del Tesoro norteamericano; un plan de ferrocarriles modernos y rutas complementarias en un territorio grande y vacío; obras de energía y agua que amplíen superficie bajo riego; redes de cloacas y potabilización en los conurbanos; transporte metropolitano que quite autos del ingreso a la Ciudad; cadenas de frío en aeropuertos exportadores. No es romanticismo desarrollista, es matemática de productividad. Ese crédito se paga con más valor agregado y empleo formal, no con la misma recaudación extenuada de siempre. Sin ese ancla, cualquier “rescate” es una sonda que drena y se va.

Elección corta, consecuencias largas

La suma de las grandes grietas quizá no supere holgadamente la mitad del padrón. Grieta y divorcio. Con ese veredicto, todo queda débil: dólar inquieto, riesgo alto, consumo en pausa, inversión en veremos. El 80% de la gente está endeudada y “nadie tiene plata”, dijo Eduardo Feinmann en televisión; el Presidente, del otro lado, preguntó “cómo quiere que lo arregle”. La respuesta, si existe, no es mágica ni inmediata: se llama proyecto y se arma conversando, con reglas y con plazos, no con consignas.

Volver a nombrar para volver a construir

Ortega y Gasset pedía “ideas claras para, desde el Estado, construir una Nación”. Eso exige una ética práctica: respeto real por el que piensa distinto —que no es tolerarlo a regañadientes— y un acuerdo básico sobre qué producir, dónde y con qué herramientas. La política pierde cuando el odio la parasita; la economía también. No hace falta mística, alcanza con una disciplina: dejar de hablarle al enemigo imaginario y empezar a negociar con el socio posible.

La economía argentina no necesita eutanasia ni respirador eterno. Necesita aire: productividad que suba, crédito que acompañe, política que ordene. Si la revaluación es la única novedad, la asfixia seguirá. Si la conversación cambia, aunque suene ingenuo, quizá volvamos a contar los signos vitales con menos sobresaltos. La pregunta no es si “podremos evitar la eutanasia”. La pregunta es más simple y más urgente: ¿vamos a volver a construir entre muchos, o vamos a insistir en ganar a los gritos lo que después perdemos en las cuentas?

Facundo Samba
Facundo Samba
Facundo Samba es un escritor cuyos artículos destacan por su profundidad y compromiso. Tiene un máster en periodismo de investigación por la Universidad de Buenos Aires y le apasionan los temas políticos y económicos y las tendencias sociales. Antes de incorporarse a Radio Pública, Facundo trabajó como periodista freelance y colaboró con varias publicaciones internacionales, especialmente en temas relacionados con los derechos humanos y la justicia social.Su escritura crítica y analítica ofrece una visión clara de los problemas contemporáneos, lo que le convierte en un colaborador clave del equipo editorial. Sus escritos son muy apreciados por su capacidad para ofrecer nuevas perspectivas sobre cuestiones de alcance mundial.Para ponerse en contacto con él, envíe un correo electrónico a facundo.samba@laradiopublica.com.
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