Buenos Aires amaneció con otra pieza movida en el tablero: a cuatro días de las legislativas, el canciller Gerardo Werthein presentó su renuncia. No fue un trueno aislado. Detrás del portazo, se encadenaron elogios oficiales, pases de factura dentro del propio oficialismo y una oposición que leyó el episodio como síntoma de una fragilidad más profunda. En el centro, una pregunta sencilla y urgente: quién marca hoy la brújula de la política exterior argentina, la cancillería o el war room.
- Gerardo Werthein dejó la Cancillería a días de las elecciones intermedias.
- Guillermo Francos lo ponderó como interlocutor clave con Estados Unidos y con Donald Trump.
- La bilateral Milei–Trump y las críticas del círculo de Santiago Caputo, con “Gordo Dan” a la cabeza, precipitaron la salida.
- La oposición habló de fracaso e inestabilidad; hubo incluso llamados a evaluar un juicio político.
- Rodrigo de Loredo cuestionó el timing de la renuncia y planteó un gabinete de coalición tras los comicios.
- Se anticipa un reacomodo poselectoral con Caputo en el centro de las decisiones; no hay reemplazo oficializado aún.
El ruido de adentro
Entre pasillos oficiales admiten que la reunión entre Javier Milei y Donald Trump, con su estela de repercusiones, aceleró el desenlace. La escena posterior fue menos diplomática: voces cercanas a Santiago Caputo salieron a marcar territorio y el streamer “Gordo Dan” celebró en X como si se tratara de un gol propio. Publicó la noticia de la renuncia con su foto y dejó entrever que su ofensiva había empujado la decisión. Después, replicó un mensaje que lo consagraba guardián de la “pureza ideológica”. Una ironía que describe, a su modo, la disputa: la cancillería como terreno de pulseada entre pragmatismo y dogma, con influencers metidos en el medio.
La defensa oficial
El jefe de Gabinete, Guillermo Francos, intentó poner paños fríos y rescatar el saldo. Destacó que Werthein “aportó mucho” y lo ubicó como pieza central en el vínculo con Washington y en la agenda con Trump, según dijo a Clarín. Habló de un funcionario valioso y de un artífice de negociaciones sensibles con Estados Unidos. No es un detalle menor: en un año donde las reservas, las tasas y el humor de los mercados se miden al milímetro, sostener canales con la primera potencia no se negocia. El problema no es sólo la salida: es el mensaje que deja el modo en que se produjo.
La oposición huele sangre
Desde el peronismo, Jorge Taiana —primer candidato a diputado en la Provincia— leyó la renuncia como la expulsión de un canciller atrapado por internas. En su diagnóstico, el episodio sintetiza el extravío de una política exterior que no termina de entender ni al país ni al mundo que lo rodea. En la ciudad, Itai Hagman fue por la misma avenida: hace un mes, dijo, el Gobierno trataba a Werthein como héroe; hoy, a días de votar, lo deja ir. “La inestabilidad es demencial”, remató, con la certeza de que el zigzag no ayuda cuando el termómetro cambiario marca fiebre.
Más allá, César Biondini endureció la línea: planteó que la salida a este estado de debilidad es abrir la discusión del juicio político. No fue la opinión mayoritaria, pero sí muestra el clima: con las urnas tan cerca, cada gesto se sobredimensiona y cada fisura suma ruido.
De Loredo y el “lunes” después del domingo
Uno de los mensajes más incómodos para la Casa Rosada llegó desde un dirigente con diálogo abierto: Rodrigo de Loredo. El radical cuestionó el momento de la renuncia —“mal, mal, mal”, dijo— y recordó que Werthein, como canciller, tenía llave de una ayuda internacional inédita en medio de riesgo de corrida. Agregó que el Gobierno debería pensar más en el lunes que en el domingo. No es un simple regaño: De Loredo suena en los corrillos para el gabinete poselectoral, aunque él se desmarca de “aventuras personales” y pide una conducción más amplia, un gabinete de coalición que amortigüe la montaña rusa.
Quién manda en la Cancillería
La salida de Werthein no sólo reaviva la polémica por el vínculo con Trump; expone una tensión conocida en la política argentina: cuándo la diplomacia conduce y cuándo la política doméstica impone sus giros. El oficialismo, que ya venía discutiendo un rediseño de gabinete, tiene allí un punto crítico. Santiago Caputo, señalado como columna vertebral del rearmado, acumula influencia; sus detractores internos, cada vez menos, toman nota. El episodio deja, además, una moraleja de campaña: la política exterior también vota, y vota puertas adentro.
Lo que viene
En las próximas horas, el Gobierno tendrá que resolver una doble urgencia: quién ocupa el sillón de Esmeralda 1212 y con qué mandato. Por ahora no hay un reemplazo oficializado. El mercado mira el semáforo, la oposición marca el tono y el oficialismo intenta que el ruido no tape la música de la elección. Una diplomacia sin piloto automático y un frente interno con pulsos cruzados no es el mejor combo para la semana previa a las urnas.
La renuncia, más que un final, parece un prólogo. Sella un capítulo donde la conversación con el mundo quedó atravesada por peleas domésticas y por un nuevo ecosistema de poder que no siempre respeta organigramas. La pregunta del principio vuelve, tercamente, a la mesa: en la Argentina de hoy, quién tiene la llave de la puerta que se abre hacia afuera.
