Buenos Aires, arranque de semana. En la Rosada se ajustan tornillos de campaña —retenciones, bandas cambiarias, señales a los mercados— mientras desde Washington llega un rescate envuelto en palabra mágica: swap. La narrativa oficial de la Casa Blanca de Donald Trump le presta épica a la coyuntura: Milei, dicen, pelearía contra cien años de errores. Sobre la calle, la coreografía es menos heroica y más conocida.
Puntos clave
- La administración Trump justifica el apoyo financiero a la Argentina con el argumento de que Milei enfrenta un siglo de malas decisiones.
- Scott Bessent respaldó el swap con ese marco, aunque las medidas preelectorales se parecen a guiones clásicos locales.
- Retenciones a la baja, tipo de cambio en franjas, controles y nueva deuda: una “economía electoral” que no rompe con el intervencionismo.
- La novedad podría venir de la política: oficialismo amplía el péndulo y abre espacio a un centro federal competitivo.
- Se perfila un escenario tripartito en provincias clave y una posible alianza de “Provincias Unidas” mirando a 2027.
- El bienio próximo dirá si el libertarismo arma arquitectura política propia o se diluye en pragmatismo.
El swap como relato, no como plan
En Washington, el salvataje busca una trama que lo haga digerible. Scott Bessent, economista cercano al trumpismo, colocó a Milei en la trinchera de quienes desandan un siglo de tropiezos. La frase funciona para el discurso, pero choca con la rutina de la macro: en campaña, los gobiernos argentinos suelen abrazar la caja de herramientas que conocen. La actual gestión libertaria no es la excepción.
Economía electoral con sello viejo
Para engordar reservas, se recortan retenciones; para evitar sobresaltos, el dólar camina por carriles regulados; para respirar, se busca apoyo externo y se toma deuda. Nada de esto suena a ruptura radical. En un país acostumbrado a la inflación alta, el control cambiario y la fuga de divisas, la “economía electoral” ya es categoría propia: una primavera cortísima financiada con recursos que no sobran y reglas que se tocan lo justo para llegar a la urna.
La grieta que no fue, y lo que podría ser
La política, sin embargo, trabaja a otro ritmo. Aunque la provincialización de los partidos crece desde hace años, la polarización nacional venía resistiendo como hueso duro. El oficialismo intenta otra cosa: al ampliar el péndulo —como enseñó Diamond— empuja a que surja una demanda social por un centro federal con pretensión presidencial. La novedad, si de verdad aparece, no vendría de la macro sino del mapa de alianzas.
Provincias en clave tripartita
En tres de las cuatro provincias más pobladas se insinúa un juego de tres tercios. Ese formato alinea incentivos: podría consolidar la liga de “Provincias Unidas” con liderazgos que miran la Casa Rosada en 2027. Para el Gobierno, romper la lógica binaria le ofrece dos ventajas: sostener competitividad aun con una elección legislativa adversa y sumar un socio para empujar las reformas de segunda generación previstas para el próximo bienio.
Identidad o pragmatismo
Los próximos dos años pondrán a prueba la fibra del experimento libertario. Si logra estabilizar sin renunciar a la identidad que lo llevó al poder, habrá sintonizado una nueva arquitectura política en una Argentina pos polarización. Si, en cambio, el pragmatismo se impone sobre el relato refundacional, el gesto de “pelear contra la historia” quedará como una estampa más en la vitrina de campañas que, a la hora de gobernar, terminaron pareciéndose demasiado a lo que decían venir a reemplazar.
