El domingo todavía no terminó y en Balcarce 50 ya se habla del lunes. En la Casa Rosada ordenan sillas, revisan organigramas y anotan nombres en una libreta que, a esta altura, parece más decisiva que cualquier discurso. El centro del movimiento es un viejo conocido de pasillos y mensajes cifrados: Santiago Caputo, el asesor presidencial que durante dos años eligió la penumbra del “off” y ahora podría pasar a la luz de la firma. La discusión no es menor: ponerle la firma a la influencia tiene costo político, y en este Gobierno, ese costo se debate entre el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, y el canciller, Gerardo Werthein.
- La Casa Rosada espera cambios de Gabinete tras las elecciones; se evalúan nombres y reestructuraciones ministeriales.
- Santiago Caputo, asesor clave, podría asumir “una función central”; no se descarta que sea jefe de Gabinete, según dijeron a El Economista.
- Francos pidió que quienes influyen “asuman responsabilidades” y, si deja su cargo, no iría a otra área.
- El “purismo violeta” quedó en revisión tras el mal desempeño electoral y los tropiezos legislativos de La Libertad Avanza.
- Caputo empuja una política de alianzas y reunió a referentes opositores con el estratega republicano Barry Bennett.
- Werthein habría puesto a disposición su renuncia si Caputo entra al Gabinete; la tensión escaló tras cruces por la agenda con Estados Unidos.
La hora de la firma
Javier Milei dejó abierta la puerta: Caputo puede tener “una función central”. En los despachos más cercanos al Presidente deslizan una opción concreta: “podría ser jefe de Gabinete”, aunque no cierran otras alternativas. El matiz es importante: no se trata sólo de un nombre, sino del lugar desde el cual se ordena el Gobierno. En la práctica, convertir al asesor en funcionario supone cambiar la lógica de poder que funcionó hasta acá, con decisiones que bajaban por canales informales.
Caputo, cuentan cerca del círculo presidencial, no es quien empuja por un cargo. Son otros —entre ellos Francos— los que quieren que lo haga. En esa línea, el propio jefe de Gabinete planteó la diferencia entre influir y firmar: “En toda gestión hay gente que trabaja pero no tiene responsabilidad. Algunos firmamos resoluciones, decretos, proyectos de ley y otros asesoran pero no tienen esa responsabilidad. Asuman responsabilidades”, dijo en Infobae en Vivo. Y remató que “obvio” le gustaría que tuviera firma en el Gobierno.
Francos, moderado en la tormenta
A Francos lo describen como “moderado pero firme”. Esa etiqueta convivió con semanas ásperas: el cruce del operador Daniel Parisini —el “Gordo Dan”— con el senador Luis Juez; el ruido por el presunto vínculo de José Luis Espert con el narcotráfico; y la demora en la implementación de la ley de emergencia en discapacidad. En ese marco, y antes de la salida de Espert, Francos fue de los que, junto con Patricia Bullrich, pidió una “explicación clara y contundente”.
Si Milei le pidiera la renuncia, en la Casa Rosada señalan que Francos no sería trasladado a otra área. Una definición seca que revela tensiones reales: el lugar del jefe de Gabinete, en la Argentina desde la reforma del ’94, suele ser la bisagra entre la Presidencia y el resto de la administración. Cambiar esa bisagra cambia todo el marco de la puerta.
Del purismo al puente
La línea más dura del oficialismo —el llamado “purismo violeta”, el ala más cerrada sobre sí misma— tropezó donde más duele: en las urnas y en el Congreso. La Libertad Avanza perdió todas las elecciones provinciales salvo en Chaco —donde fue aliado del gobernador— y en la ciudad de Buenos Aires, y el año parlamentario vino cargado de derrotas. En ese contexto, Caputo viene sosteniendo otra receta: construir alianzas para destrabar reformas.
La última escena de esa apuesta fue una reunión con el estratega republicano Barry Bennett, a la que convocó, según informó Carlos Pagni, a Cristian Ritondo, Rodrigo De Loredo y Miguel Ángel Pichetto. Un gesto calculado: tender puentes sin abandonar el libreto oficialista. En paralelo, Caputo asomó su firma en X, esta vez con su nombre propio, para respaldar a Mauricio Macri en la idea de una “nueva mayoría reformista” que empuje en el Congreso los cambios que lidera Milei. En la Casa Rosada celebraron el detalle: la identidad visible del armador.
Cancillería bajo presión
El frente externo trajo su propio ruido. Desde el riñón libertario, “Las Fuerzas del Cielo” señalaron al canciller Werthein por el traspié con Donald Trump: según esa versión, el expresidente estadounidense habría supeditado ayuda financiera al resultado de las elecciones al interpretar que se trataba de una contienda presidencial. La munición verbal la puso el “Gordo Dan”, que fustigó al canciller en X por “no escuchar” lo que Trump viene diciendo, y por “andar llamando a Luis Juez para pedirle perdón”.
La escalada no fue gratis. Tras circular la hipótesis de que Caputo sea incorporado formalmente al Gabinete, Werthein habría puesto a disposición su renuncia a partir del 27 de octubre: no querría compartir espacio ni subordinarse a la lógica del asesor, publicó Jaime Rosemberg en La Nación. Un canciller que condiciona su continuidad abre un frente que, en cualquier administración, se mira con lupa: la política exterior no tolera interinatos prolongados.
Después del domingo
En la antesala del escrutinio, las conversaciones en Casa Rosada combinan pizarras y planillas. Cambios de nombres, pero también de funciones: se evalúan ajustes en la estructura ministerial para darle coherencia a una gestión que, si quiere sostener su agenda de reformas, necesita más que fidelidades: necesita votos. La apuesta de Caputo por una mayoría pragmática en el Congreso suena hoy menos herética y más inevitable, a la luz de una experiencia que demostró que el “purismo” rinde poco cuando se cuentan manos en el recinto.
Queda, sin embargo, la cuestión central: quién ordena, quién negocia y quién paga el costo de decidir. Si el asesor da el paso y acepta la firma, el tablero político se reacomoda. Si no, la tensión entre la influencia en la sombra y la responsabilidad institucional seguirá marcando el pulso del Gobierno. El lunes, como casi siempre en política, llegará con más preguntas que respuestas. Pero algo ya cambió: el poder que se escondía detrás de la cortina empezó a pisar el escenario, y cuando eso pasa, la obra nunca vuelve a ser la misma.
